Santa Bernardita es la Patrona de nuestra Parroquia.
Su fiesta en algunos países se celebra el 16 de abril, día de su muerte, en 1879, a los 35 años. En otros, como en Chile, se celebra el 18 de febrero, fecha de la tercera aparición de la Virgen en Lourdes.
Para conocer mejor a Santa Bernardita, que fue la destinataria privilegiada de 18 apariciones de la Virgen, compartimos un texto de René Laurentín sobre ella.
Cuando nació Bernardita, el 7 de enero de 1844, en Lourdes (Francia), su padre Francisco Soubirous era dueño de un molino; pero los asuntos habían tomado tan mal cariz que en 1854 – era el año de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción – se había convertido en deudor insolvente. Arrojado de su molino, se vio obligado a buscar refugio, después de haber pasado de una choza a un tugurio, en el cachot, la vieja prisión de la ciudad, abandonada a causa de lo insalubre del lugar: rue des Petits Fossés.
Y allí, durante una carestía, los gendarmes arrestaron a Francisco, acusado por el panadero Maisongrosse de haber robado un poco de harina en virtud de la simple sospecha de ser el más pobre de la ciudad, según se desprende de las actas del proceso: “Su miseria me hizo pensar que él podía ser el autor del hurto” (declaración del panadero). La acusación carecía de fundamento, y ocho días después Soubirous quedaba libre; pero en el cachot el hambre había sido cruel.
El 11 de febrero de 1858 Bernardita, de catorce años, salió de casa para ir a los alrededores a recoger un poco de leña o de huesos: la leña, para calentar la vivienda; los huesos, para venderlos a la trapera de Lourdes. La acompañaban su hermana María y Juana Abadie. Llegadas a la gruta de Massabielle, en la confluencia del Gave con el canal del molino, las dos compañeras atraviesan el canal para recoger leña y huesos en la gruta, lugar de mala fama, donde comían los cerdos del municipio. Bernardita vacila a causa del asma y de su endeble salud; pero no queda otra solución, y se detiene para quitarse las medias y seguir a las compañeras que se están alejando. De pronto oye un ruido “como de un viento vehemente”; ella ignoraba esta expresión bíblica y el fenómeno de Pentecostés. Se vuelve, y comprueba que los chopos están inmóviles. El golpe de viento se repite, el nicho de la gruta se ilumina al otro lado del canal suavemente como alumbrado por un rayo de sol que penetra la bruma de aquel día, y en la luz ve a una jovencita, vestida de blanco, que le sonríe y le hace señas de que se acerque. Una faja azul ciñe su cintura, en cada pie hay una rosa amarilla, y amarillo es el color de la cadenita de su rosario. Bernardita cree tener una alucinación; se frota los ojos, luego mete una mano en el bolsillo, toma su rosario y lo recita delante de la visión.
Le gustaría guardar todo esto para ella, pero en el camino de vuelta la hermana le arranca la confesión bajo el sigilo del secreto, y luego se lo revela a la madre. El relato les cuesta a las dos muchachas una paliza; es el argumento más elocuente en la pedagogía del tiempo. Sin embargo, Bernardita obtiene permiso para volver a la gruta el 14 de febrero en compañía de las mismas chicas indigentes. La segunda aparición es agitada y provoca una nueva prohibición. El jueves 18 de febrero, gracias a la intervención diligente de la señora Millet, que da trabajo a Luisa Soubirous, la vidente vuelve a la gruta por tercera vez. Y escucha estas palabras: “¿Quieres hacer el favor de venir aquí durante quince días?”. Y una extraña promesa: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”.
Desde el 19 de febrero al 4 de marzo tienen lugar 15 apariciones. En una de ellas la vidente descubre la fuente por indicación de la Señora: “Ve a beber en la fuente y lávate”. Y recibe otras invitaciones: “Reza por la conversión de los pecadores”; “¡Penitencia, penitencia, penitencia!”. El 2 de marzo, la hija de los Soubirous recibe una orden: “Ve a decir a los sacerdotes que se venga aquí en procesión y que se edifique una capilla”. Y se produce la primera visita de Bernardita a la casa del párroco. El párroco Peyramale la recibe con severidad; una de las dos tías que la acompañan huye, y la otra tiembla de miedo. Por la tarde de aquel mismo día Bernardita debe ver otra vez al párroco; había olvidado una parte del mensaje: “Ir en procesión…”. No obtiene nada. En la gruta, entre tanto, crece la afluencia de curiosos; el 4 de marzo, el último de los quince días, hay 8.000 personas, provenientes de toda la región. Se espera un gran milagro, que no ocurre. Es una desilusión. No obstante, en la gruta comienza el culto, a pesar de la reserva del párroco y de la oposición de la autoridad civil: velas, ofrendas en dinero y en especie. Ya se sabe de las “apariciones de la Virgen santa”, aunque Bernardita no conoce aún la identidad de la visión: la llama “Aqueró”, (Aquella), por respeto a su misterio inefable.
El jueves 25 de marzo, Bernardita se siente de nuevo atraída hacia la gruta. A su pregunta, repetida cuatro veces, recibe una singular respuesta: “Que soy era inmaculada Concepciou” (Yo soy la inmaculada Concepción). Al párroco no le gusta la respuesta: “¡La Virgen no es su concepción!”. Necesitará tiempo para comprender este estilo figurativo: María se define mediante el primer don por ella recibido; el abstracto, según el uso, tiene un valor superlativo, como cuando se dice: “es la belleza en persona”. Para María todo es gracia, desde su origen primero.
Siguen las dos últimas apariciones. La del 7 de abril, cuando el doctor Dozous constata el famoso “milagro del cirio”: al contacto de la llama la mano de la vidente no presenta huella alguna de quemadura. La del 16 de julio, cuando Bernardita se siente atraída hacia la gruta, que está prohibida, vigilada y cerrada por una estacada. Casi a escondidas pasa por la otra orilla del Gave avanzada la tarde. Dirá: “No veía ni la estacada de madera ni el Gave. Tenía la sensación de encontrarme dentro de la gruta, no más distante que las otras veces; sólo veía a la Virgen santa”. Fue la última vez que la vio en la tierra.
¿Qué sentido tienen estas apariciones?
Para comprenderlo hay que referirse a las palabras y a los signos del evangelio mismo. Una aparición, en efecto, no es una nueva revelación, sino una referencia parcial al evangelio, subrayar un punto de la buena nueva, un grito para hacer que lo entiendan incluso los sordos. Lourdes actualiza los prolegómenos del evangelio: el bautismo de penitencia de Juan Bautista, la conversión, la oración, la bienaventuranza de los pobres. El mensaje se expresa con signos o razonamientos en cuatro palabras:
- Pobreza: No se menciona explícitamente, pero está fuertemente significada: la pobreza de Bernardita, menospreciada, analfabeta, perteneciente a una familia marginada, conocida por los gendarmes a causa de su miseria. Justamente ella fue elegida por la Virgen como mensajera: “Lo que hay de más débil en el mundo” (1Cor 1,27), dirá más tarde el obispo expresando el sentimiento popular. La multitud entusiasta no soporta la miseria de los Soubirous, y los peregrinos ofrecen con extrema insistencia dinero y dones diversos; pero Bernardita lo rechaza todo con igual intransigencia, aunque conservando su simpatía hacia los pobres, los mismos que se muestran generosos con sus ofertas. Justo esa gente pueblerina es la que arregla los senderos serpenteantes que conducen a la gruta. Este signo ha sido reconocido por los mejores testimonios y por el mismo obispo en la carta pastoral del 18 de enero de 1862.
- Oración: Es la consigna de la Virgen, escuchada ya desde el principio, e incluso anterior al mensaje. Es ésta la característica que hace de Lourdes la capital de la oración con una dimensión eclesial cada vez más amplia. El mensaje del 2 de marzo – procesión y capilla – significa justamente iglesia en marcha y eucaristía.
- Penitencia: Es decir, conversión. Ambas expresiones se usan, y equivalen al término griego del evangelio: metánoia, que etimológicamente significa el acto de apartarse del pecado para retornar a Dios.
- Gracia: La última palabra del mensaje es la identidad de la Enviada, que se presenta y se identifica por el don gratuito de Dios, ya que para ella todo bien procede de Dios, todo es gracia, todo nace únicamente de la gracia, como ella misma lo reconoce en el admirable himno del Magnificat. La afinidad interior de Bernardita con este canto es transparente. El 22 de mayo de 1866, antes de dejar Lourdes para hacerse religiosa de las Hermanas de la Caridad de Nevers, improvisa una oración tomando como pauta el Magnificat: acción de gracias por la pequeñez de su sierva (Lc 1, 48). Pero se dirige directamente a María: “Sí, madre querida, tú te has abajado hasta la tierra para aparecerte a una débil niña… Tú, reina del cielo y de la tierra, has querido servirte de lo que había de más humilde según el mundo” (del Diario dedicado a la Reina del cielo).
El confesor de la vidente tuvo que decir: “La mejor prueba de las apariciones es Bernardita misma”. Y es cierto; prueba nítida de ello es la historia de vida. Ella fue la única testigo de lo increíble, y su testimonio se da en condiciones humanas casi imposibles. Analfabeta, perteneciente a una familia insignificante, de salud endeble, afectada ya por una incipiente tuberculosis contra la cual combatirá toda la vida, esta niña tuvo que enfrentarse al comisario, al tribunal, a los gendarmes y a varias comisiones que intentaron por todos los medios hacerla caer en contradicciones o que se desdijera. Vano intento: el examen histórico de los interrogatorios suscita una profunda admiración. La simplicidad victoriosa de Bernardita recuerda a Juana de Arco y la garantía dada por Cristo: “No se angustien sobre cómo han de hablar o qué deben decir, porque se les dará en aquel momento lo que deben decir” (Mt 10, 19s.; Lc 12, 11s.). A los adversarios de la primera hora suceden los jueces eclesiásticos y los peregrinos de todo género. Aquellos quieren convencerla de que se ha engañado, de que ha visto al demonio que escondía los pies ungulados bajo las rosas, etc.; éstos, demasiado fervorosos, la empujan al fetichismo, tratándola peligrosamente de santa y quieren hacerla tocar objetos (cosa que ella siempre rechaza) y a veces le cortan la ropa para tener reliquias suyas. La transparente sinceridad de la joven consigue la victoria de todos aquellos contrapuestos ataques, capaces de desequilibrar incluso a los más fuertes.