Vivimos en un mundo competitivo. El que no defiende con firmeza sus espacios y sus intereses es inmediatamente atropellado y excluido. Y la globalización en la que estamos siempre más sumergidos, ha fortalecido la exigencia de la competitividad, no sólo a nivel económico y comercial, sino también a nivel cultural y espiritual. ¿Cómo estar dentro de este mundo, sin perder la originalidad de discípulos de Jesús?
Leemos en el evangelio de san Marcos 1, 29-39:
Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús sanó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a éstos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: “Todos te andan buscando”. Él les respondió: “Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido”.
Y fue por toda la Galilea, predicando en las sinagogas de ellos y expulsando demonios.
Después de liberar en día sábado a un hombre poseído por el espíritu del mal, Jesús sale de la sinagoga y va a la casa de Simón y Andrés. Para Marcos, la casa es el lugar donde se reúne la comunidad, alternativo a la sinagoga. La suegra de Simón está en cama con fiebre. Jesús “se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar”. No le tiene miedo a la “impureza legal” que va a contaminarlo, ni a la transgresión de la ley del reposo del sábado. Le importa más la vida de la persona concreta, porque ésta es la verdadera ley.
No hace sólo un gesto de bondad y misericordia, lleno de delicadeza para con una mujer anciana y enferma, una de las personas más vulnerables de la sociedad judía. Ella representa la exclusión de la mujer, y es también un símbolo de nuestra humanidad enferma. Los gestos de Jesús, que se acerca, toma de la mano y levanta, nos dicen la infinita ternura de Dios, que en Jesús se acercó a nosotros, asumiendo plenamente nuestra condición humana, para sanarnos y levantarnos. Son gestos que el discípulo debe aprender, para repetirlos en todas sus relaciones, que tendrían que ser siempre sanadoras e integradoras: acercarse, tomar de la mano, levantar, integrando a la sociedad y devolviendo su dignidad y sus derechos a todos los excluidos.
San Ambrosio, reflexionando sobre este texto del evangelio, comenta: “Nuestra fiebre es la avaricia, nuestra fiebre es la sensualidad, nuestra fiebre es la lujuria, nuestra fiebre es la ambición, nuestra fiebre es la cólera”. Nosotros podríamos alargar la lista de las enfermedades que nos aquejan.
La suegra de Simón, que en el contexto del evangelio de Marcos puede representar también a movimientos que buscaban la renovación de Israel por caminos equivocados, con la “fiebre”, el fuego de la violencia, en el encuentro con Jesús recupera la salud: “no tuvo más fiebre”: son otros los caminos de justicia y de paz que propone Jesús.
“Y se puso a servirlos”: no se pone a servir porque mujer, como muchas veces se le exige en la sociedad y en la iglesia, sino como persona que ha encontrado a Cristo y aprende de él a servir con toda la dedicación de su ser. Es la identidad de cada discípulo de Jesús.
Y cuando la fama de Jesús se extiende, porque “sanó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios”, Jesús desaparece: “por la mañana, antes que amaneciera”, se retira, solo, en oración, en diálogo íntimo con el Padre. Pide por sí mismo y por los discípulos. La fama, el prestigio, el poder, son tentaciones demasiado fuertes, a las cuales es difícil resistir. Ya lo había experimentado en la lucha con el tentador en el desierto. Simón, en cambio, se entusiasma y presiona a Jesús: “Todos te andan buscando”. ¿Cómo no aprovechar un momento tan favorable? Por todo el evangelio de Marcos, Simón Pedro será atraído por estas tentaciones.
Jesús le abre otro horizonte: “Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido”. Ha venido para “predicar”, anunciar a todos la buena noticia, con hechos y palabras. No ha venido para cosechar beneficios para sí mismo, sino para revelar un proyecto de Dios, que quiere sanar a la humanidad, para que abandone la cama de sus enfermedades, se levante y recupere la plena verticalidad de su ser, siguiendo al que “no ha venido para ser servido sino para servir y dar la vida”.