Hermana, hermano:
El lenguaje de los pueblos de América Latina es rico en imágenes y comparaciones, que muchas veces son más eficaces que una exposición directa de ideas.
También Jesús usa a menudo comparaciones, que llamamos parábolas. No siempre la parábola favorece la comprensión. En el evangelio de san Mateo parece que Jesús habla en parábolas para obligar a la gente a pensar, a reflexionar para descubrir el sentido escondido. Los esquemas mentales comunes llevan a repetir ideas, como la idea que el pueblo de Israel tenía sobre el Mesías, que debía ser un conquistador poderoso. Con distintas comparaciones y símbolos, Jesús intenta transmitir una imagen diferente del Mesías y del mismo Dios. Con ese lenguaje en parábolas nos habla del Reino de Dios. Leemos en el evangelio de san Mateo, 13, 1-23:
Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a Él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces Él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía:
“El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!”.
Los discípulos se acercaron y le dijeron: “¿Por qué les hablas por medio de parábolas?”. Él les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: «Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los sane».
Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.
Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: éste es el que recibió la semilla al borde del camino.
El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Éste produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”.
Palabra del Señor.
Sentado en la barca, Jesús habla a la muchedumbre con la autoridad del Maestro. La parábola del sembrador es bien conocida, y Jesús mismo la explica a sus discípulos. Ellos pertenecen a esos “pequeños” a los cuales el Padre ha querido revelar los secretos del Reino de Dios, ocultándoselos, en cambio, “a los sabios y a los prudentes”.
El sembrador es Dios, que en Jesús nos ofrece la buena semilla de su palabra, para que podamos conocer y hacer nuestro el camino del Reino de Dios y ser felices. La semilla encuentra muchas dificultades, resistencia, oposiciones para poder brotar y crecer. A veces parece que en este mundo está destinada a un fracaso total. En cambio, esta parábola asegura que la semilla de la Palabra tiene una energía irresistible y una posibilidad de éxito extraordinario y espectacular: un grano que normalmente podía producir otros siete u ocho granos, llegará a producir otros cien, o sesenta, o treinta. Es una parábola que transmite un mensaje esperanzador en el poder de la Palabra y la realización del proyecto de Jesús.
Hay distintas clases de terrenos que reciben la semilla, cuatro actitudes que pueden pertenecer a cuatro personas diferentes o a una misma persona en distintos momentos.
Hay un terreno duro, impermeable, que se resiste al mensaje de Jesús y piensa sólo en sus intereses. El sembrador es generoso: echa la semilla con esperanza. ¿Quién sabe? Capaz que haya alguna pequeña brecha en la cual la semilla pueda penetrar. Donde el terreno no se abre, si el mensaje no es acogido, el Maligno, el tentador se lo lleva, y queda sólo su propuesta tentadora, como las tentaciones de gloria y poder que Jesús ha vencido en el desierto.
Hay otra clase de terreno: la semilla cae en terreno pedregoso. Es la persona superficial, de fácil entusiasmo, que tal vez es atraída por el mensaje de Jesús porque lo siente como la verdadera respuesta a sus inquietudes más profundas, pero ya lo olvida, y cede frente a la primera dificultad. “No tiene raíces”, es “inconstante”. Es como el que construye su casa sin cimientos, sobre arena. Hoy la gracia, el don más difícil y más necesario es la constancia, la perseverancia, en una sociedad superficial, de las apariencias, de lo desechable, de lo que gusta en el momento, sin un real compromiso de cambio.
Una tercera clase de terreno es donde crecen espinas. Es tierra fértil, porque las espinas crecen bien, y brota también la semilla que ha sido sembrada. Se trata de una persona buena, bien dispuesta, que acoge la Buena Noticia del Reino y que quiere encarnarla en su vida. Pero “las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas” hacen que su mente y sus energías sean canalizadas en otra dirección. Tal vez es la condición de muchos discípulos y discípulas de Jesús. No lo rechazan, no son malos, pero no tienen tiempo. Muchas cosas, muchas “preocupaciones” impiden un verdadero compromiso de fe que anime toda la vida. Y quedan espiritualmente “estériles”.
Y finalmente hay un terreno bueno, que acoge la semilla y produce fruto abundante. Es la persona que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica. Construye su casa sobre roca. Es el camino de la felicidad verdadera, que la misma Madre de Jesús tuvo que aprender. Cuando una mujer le gritó a Jesús: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”, él contestó: “¡Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la cumplen!”: una felicidad abierta a todos, que no todos saben aprovechar.
Mateo, 13, 1-23