Hay fenómenos históricos que se manifiestan de repente y cambian profundamente el camino de la sociedad. Los que no son más tan jóvenes, pueden haber vivido algunos de estos momentos, tal vez sin haberlos claramente previstos, aunque confusamente deseados. Es lo que nos pasó, hace cincuenta años, con el Concilio Vaticano II, cuyo anuncio sorprendió a todos, pero después no fue difícil estudiar los antecedentes y descubrir cuántas energías y cuántos sufrimientos lo habían preparado.
Lo mismo ha pasado con Jesús.
Leemos en el evangelio de san Marcos 1, 1-8:
Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.
Como está escrito en el libro del profeta Isaías:
“Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino. Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”.
Así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: “Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.
El evangelio de san Marcos, que fue el primer intento de presentar la enseñanza de Jesús en forma orgánica, busca los antecedentes de su manifestación, y encuentra que ya los profetas Malaquías e Isaías habían anunciado a un mensajero que había de preparar el camino del Mesías.
“Comienzo de la Buena Noticia de Jesús”: no es sólo el inicio del texto de san Marcos, sino el inicio de la Buena Noticia que es Jesús mismo. Es un llamado no simplemente a compartir algunos conocimientos sobre Jesús, sino a establecer una profunda relación con él, que es la revelación de Dios, el Hijo, el cumplimiento de la larga espera de la humanidad. Este anuncio de fe es el aporte más propio del evangelio de Marcos. Mateo insiste mucho en el compromiso concreto de los discípulos de Jesús, pero personas que se portan bien, son solidarias y luchan por la justicia, por la defensa de la naturaleza, por el bien de todos, son sin duda personas admirables, inspiradas por grandes principios, mas pueden no ser personas de fe en Cristo. La fe exige la adhesión a Jesús, una relación personal con él, que es el nuevo camino del encuentro con Dios, un nuevo inicio de vida desde la Buena Noticia que es Jesús.
Para realizar esta relación, Juan recuerda la voz de los profetas: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Era la invitación a crear las condiciones materiales y espirituales, para el regreso del pueblo de Israel de la esclavitud del exilio, para su éxodo y su plena liberación.
En la voz de Juan el Bautista, el precursor de Jesús, esta invitación adquiere una dimensión más interior. Al Bautista le interesa la conversión, el cambio de dirección de la vida, y por eso ofrece un bautismo para el perdón de los pecados. El cambio de vida hará posible el encuentro con Jesús, para realizar el nuevo éxodo, la liberación de todas las formas de esclavitud personal y social. El bautismo de Juan abre un horizonte nuevo en una sociedad triste y oprimida: sumergirse, ahogar el pasado, y emerger renovados, para una nueva historia.
El Bautista hace su anuncio desde el desierto, lejos de la ciudad poblada de poderosos, expertos de la Ley, sacerdotes, escribas y fariseos. Y la gente corre masivamente hacia él: “Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él”. No corren al templo, sino al río Jordán, reconociéndose pecadores y para renacer a vida nueva. La nueva liberación se realiza con la participación de todos.
Es el camino que Marcos indica para su comunidad. El desierto es una condición de pacificación interior, de liberación de ataduras y límites, liberación de la rutina y la repetición, emancipación de la esclavitud impuesta por el sistema dominante, para adquirir una mirada nueva y abrirse a nuevas perspectivas, a respuestas nuevas.
El encuentro con Cristo no será sólo el encuentro con el “más poderoso”. Será el encuentro con el Esposo, el Amado, como sugiere el Bautista con una imagen simbólica: “Yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias”. No es una simple actitud de humildad. “Desatar la correa de las sandalias”, en el Antiguo Testamento, según la ley del levirato, era el gesto con que alguien liberaba a un hombre del deber y del derecho de casarse con la viuda de su hermano, si había fallecido sin hijos, para dar descendencia al hermano difunto. Con esta imagen el Bautista dice que no es él el esposo, y orienta a Jesús. No puede quitarle a Jesús el derecho. Él es el Esposo verdadero, que bautizará con el Espíritu Santo, para que sus discípulos y discípulas sean animados por el mismo Espíritu de Dios que lo anima a él.