Una sociedad dinámica, agitada, ruidosa, que no deja espacio a la reflexión personal, a la conciencia, a la contemplación, todos llevados a pensamientos comunes: o estás de un lado o estás del otro, sin posibilidad de un pensamiento original y una conciencia propia, aturdidos por la publicidad, dormidos en la corriente general.
Leemos en el evangelio de san Marcos 13, 33-37:
Jesús dijo a sus discípulos: “Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela.
Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa: si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!”.
A los discípulos que manifestaban su admiración por la belleza del templo de Jerusalén, Jesús les anuncia que todo será destruido. El templo y la ciudad son el símbolo de un mundo que ha olvidado la centralidad de la alianza con Dios y ha usado el mismo nombre de Dios para construir un sistema de poder y de privilegio para la casta sacerdotal, y de dominación y explotación del pueblo. Su trágica destrucción preanuncia el destino de todos los sistemas de opresión que se darán a lo largo de la historia, para abrir caminos a un mundo nuevo, libre, fraterno, justo. Los discípulos tendrán que darse cuenta y discernir los tiempos y las oportunidades del cambio, y por eso hace falta que “tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento”.
“¡Tengan cuidado!”: no es una exhortación a la sospecha y a la desconfianza, a instalar rejas y levantar muros de separación y protección, a mirar a todos como posibles enemigos y asaltantes. Es una invitación a tener un corazón despierto, a no pasar por este mundo dormidos o distraídos, repitiendo pensamientos ajenos, sometidos a la mentalidad y a las modas dominantes.
Estar prevenidos, despiertos, es una actitud necesaria, pero no es todavía un programa de vida. ¿Para qué estar despiertos? Para cuidar la casa. Jesús ha regresado al Padre, como el hombre de la parábola que se fue de viaje, y ha dejado “su casa al cuidado de sus servidores”.
Los “servidores” son los que escuchan la palabra del Maestro, de su Señor, y la ponen en práctica. Escuchar, conocer, amar la palabra del Señor, y hacerla vida concreta, para que la casa tenga cimientos firmes, y no sea edificada sobre arena. Una casa que es nuestro corazón, nuestro templo íntimo y secreto, desde el cual adoramos al Padre en espíritu y verdad; una casa que es la familia de los discípulos y discípulas de Jesús, que él va formando confiándole el proyecto del Reino de Dios; y una casa que es toda la humanidad y la creación entera, que tenemos que cuidar para nosotros y para las generaciones futuras.
Estar “prevenidos” nos permite realizar “cada uno su tarea”, sin que nadie pueda reemplazarnos; no tener miedo a la persecución y resistir a la fuerza arrolladora del pensamiento dominante, dándonos tiempo para la contemplación y para reconocer al Señor en las miles de formas de su venida diaria: “Tuve hambre, tuve sed…”.
Nos permite vigilar el camino de la sociedad, apoyando las energías liberadoras y denunciando las injusticias; percibir cuándo un mundo está muriendo y uno nuevo está naciendo, para saber de qué parte estar.
Nos permite vivir a la escucha del otro, de “sus angustias y tristezas, de sus alegrías y esperanzas”, y conmovernos frente a las huellas de la presencia de Dios: en la historia, en la respiración de la tierra y en la belleza de la creación, extendiendo a todos esta actitud de vigilancia: “Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!”.Y estar preparados para el encuentro último, cuando terminará nuestra peregrinación en esta tierra y abriremos los ojos a la plenitud de la vida en el Reino: “Estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa: si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana”.Entonces la noche se hará día y Dios nos iluminará por siempre con la claridad de su luz.