REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO: ¿Cuándo te vimos? (Mateo 25, 31-46)

La experiencia religiosa del hombre ha buscado siempre un contacto, un diálogo, un encuentro con Dios, por distintos caminos, o a través de las diversas religiones, con la variedad de sus ritos y sus templos.

El pueblo judío ha construido el templo de Jerusalén como símbolo de la presencia de Dios y lugar de su manifestación. Tiene que haber caído terrible la sentencia de Jesús a los oídos de sus discípulos: “Les aseguro que no dejarán ahí piedra sobre piedra que no derriben”. Entonces, ¿dónde se puede encontrar a Dios? ¿Dónde se puede ver su rostro, como invocaba el Salmo: “Muéstrame tu rostro, Señor”?

Leemos en el evangelio de san Mateo 25, 31-46:

Jesús dijo a sus discípulos:

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquéllas a su derecha y a éstos a su izquierda.

Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me alojaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”. Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.

Luego dirá a los de su izquierda: “Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; era forastero, y no me alojaron; estaba desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron”. Éstos, a su vez, le preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?”. Y él les responderá: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo”.

Estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.

Podríamos considerar este texto como la revelación sobre el juicio último de la humanidad al final de los tiempos. Pero el evangelio de san Mateo quiere ponernos frente a la realidad de hoy, para que hoy sepamos mirarla con los ojos de Dios. Con los ojos humanos hay muchas cosas que no vemos, o no queremos ver. Pero Jesús, con la parábola del “juicio de las naciones”, nos quita el velo para que aprendamos a ver ya ahora el rostro de Dios, no atrás de las nubes de incienso de los templos, sino en el hermano que tiene hambre, sed, está desnudo, está preso: “Tuve hambre, y ustedes me dieron de comer…”. La presentación solemne de Jesús como juez en realidad quiere darnos los criterios para que seamos nosotros mismos nuestros jueces, con la capacidad de discernir y evaluar nuestras actitudes. Jesús declara su solidaridad con los más pequeños, para que lo reconozcamos y lo sirvamos en ellos. La majestad del “Señor” hoy está escondida en ellos. En ellos se encuentra “el Dios con nosotros” y con ellos se identifica: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. La salvación de cada uno no depende de su éxito social, ni de su práctica religiosa, sino de su solidaridad concreta para con los más necesitados.

Para el discípulo y la discípula de Jesús hay un camino de aprendizaje: “Él que escucha mi palabra y la pone en práctica”. La palabra de Dios va educándonos a reconocer al Señor allí donde se encuentra verdaderamente y a luchar contra “las estructuras de pecado”, que producen marginación, hambre, muerte, justificadas a veces en nombre de Dios.

La sorpresa mayor tendría que darse para los que no han conocido a Jesús, y que igualmente lo sirven en los hermanos necesitados, y en los mismos hermanos pequeños, portadores de la Buena Noticia. Muchísimas personas han luchado, y muchos han dado su vida, para “un reino de justicia, de amor y de paz” inspirados por una ley de Dios escrita en sus corazones, pero sin haber conocido o aceptado el evangelio. Para todos el abrazo divino: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino”.

Y la dura condena para los que no han abierto su corazón a la solidaridad: “Aléjense de mí, malditos”, no quiere asustarnos abriendo frente a nuestros ojos las puertas aterradoras del infierno, sino transmitirnos la sabiduría para no desperdiciar el tiempo presente y reconocer a Jesús hoy en una lista mucho más amplia de hermanos y hermanas necesitados: era huérfano, viuda, madre soltera, niño especial, mujer golpeada, divorciado, explotado, analfabeto, abusado sexualmente, desempleado, migrante, indocumentado, discriminado por mis creencias o el color de mi piel, enfermo de sida, excluido, drogadicto, excomulgado, sin tierra, perseguido, torturado, deportado, desaparecido… E inmensas regiones del planeta en que la vida humana no vale nada: pueblos hambrientos, abandonados, excluidos, naturaleza contaminada, depredada, desolada, el flagelo de la guerra, y “el pobre vendido por un par de sandalia”.Para desperdiciar la vida no hace falta hacer el mal. Es suficiente no hacer nada frente al inmenso dolor del mundo.