REFLEXIÓN PARA EL 6° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: La Justicia de ustedes (Mateo 5, 20-22. 27-28. 33-34. 37)

Las tradiciones religiosas de los distintos pueblos, enriquecidas por las condiciones geográficas y culturales propias, son una respuesta a las exigencias profundas de la humanidad, que busca el sentido de su vida y de su presencia en el mundo.

La propuesta de Jesús, que no se reduce simplemente a una estructura religiosa, ni está condicionada por los límites de una cultura o de una región, es el camino de una plena realización humana y de una felicidad verdadera.

Leemos en el evangelio de san Mateo 5, 20-22. 27-28. 33-34. 37:

Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los cielos.

Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: “No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal”. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal.

Ustedes han oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.

Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: “No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor”. Pero yo les digo que no juren de ningún modo. Cuando ustedes digan “sí”, que sea sí, y cuando digan “no”, que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.

Este texto es parte de una reflexión más amplia que Jesús desarrolla, después de haber proclamado las Bienaventuranzas. Aclara que ese nuevo código es el fruto maduro de todo un largo camino de preparación y espera, que no puede ser olvidado o negado: “No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento”. Es el tiempo de la plena realización de un éxodo liberador de que el antiguo éxodo de la esclavitud de Egipto había sido sólo un anuncio y un adelanto.

A sus discípulos Jesús propone un cambio radical. No pueden asumir y poner en práctica su proyecto, si siguen cumpliendo las enseñanzas de los escribas y fariseos: “Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los cielos”. Para los fariseos la justicia, la manera para ser reconocido justo frente a Dios, dependía de la práctica rigurosa y formal de todas las normas de la Ley. El mandamiento decía: “No matarás”, y por lo tanto uno estará en paz con su conciencia y con Dios si no ha matado físicamente a nadie. Sólo “el que mata, debe ser llevado ante el tribunal”. Ya este nivel de exigencia imponía un alto respeto por la vida.

Pero esa justicia no basta para los discípulos de Jesús. Con una autoridad inaudita frente a la Ley que se consideraba entregada por Dios a Moisés, Jesús declara: “Pero yo les digo”. El criterio que propone Jesús será el de reflejar las características del Padre Dios: “Sean perfectos como el Padre es perfecto”. La justicia de los discípulos debe ser “superior” a la de los escribas y fariseos, para poder entrar en el “Reino de los cielos”, la humanidad nueva, animada por el Espíritu y al servicio de la vida y del amor. Jesús no propone un listado de otros mandamientos, sino el cambio del corazón. Cerrar el propio corazón al hermano es como matarlo: “Todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal”. Hace falta eliminar las raíces del mal: la violencia, la arrogancia, la venganza, antes que produzcan sus frutos malos. El amor, la reconciliación para con el hermano preceden el mismo culto a Dios: “Ve primero a reconciliarte con tu hermano”.

Igualmente, para cumplir con la Ley: “No cometerás adulterio”, era suficiente no realizar la acción del adulterio. La mujer casada era considerada propiedad del hombre, y el adulterio era un atentado contra la propiedad: “No desearás la casa de tu prójimo, ni su campo, ni su mujer, su servidor, su sirvienta, su buey o su burro”. Por eso, no había condena si un hombre tenía relaciones con mujeres no casadas, libres. Jesús lleva el mandamiento a su radicalidad: el respeto extremo para cada hombre y cada mujer, para una unión que sea testimonio del amor y la ternura de Dios, en igual dignidad. Por lo tanto, es necesaria la vigilancia también sobre la propia mirada y el propio deseo: “El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”. La justicia y la fidelidad son más importantes que la misma integridad física: “Si tu ojo te lleva a pecar, sácatelo”, “si tu mano te lleva a pecar, córtatela”, es decir, cuida y elimina todas las actitudes que puedan desviarte del camino.

También la relación entre hermanos tiene que evitar toda clase de falsedad y engaño. El mandamiento decía: “No jurarás falsamente”, pero para el discípulo de Jesús no será necesario ningún juramento. Su palabra debe ser siempre sincera y transparente: “Cuando ustedes digan ‘sí’, que sea sí, y cuando digan ‘no’, que sea no”. La verdad, simplemente.