REFLEXIÓN 1° DOMINGO DE ADVIENTO: No sospechaban nada (Mateo 24, 37-44)

Una cultura materialista no permite al hombre abrirse a la transcendencia y lo limita en una dimensión puramente horizontal de la vida. Ésta ha sido una tentación permanente de la humanidad, agudizada hoy por el sistema consumista imperante y por el ídolo del mercado. Pero la grande crisis epocal que estamos viviendo, lleva a muchos a redescubrir la exigencia de la espiritualidad y de la solidaridad.

Nos ilumina el evangelio de san Mateo 24, 37-44:
Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada”.


Jesús había anunciado que los sufrimientos por la destrucción de la ciudad de Jerusalén y del templo, “no quedará piedra sobre piedra”, serían sólo “el comienzo de los dolores de parto”. El nacimiento de un mundo nuevo, de la extensión del evangelio a todos los pueblos, pasa a través de un proceso de crisis sucesivas, descritas con un lenguaje apocalíptico, de que la caída de Jerusalén es sólo el inicio. Caerán uno tras otro los sistemas de opresión, que se oponen al proyecto de una humanidad nueva, del Reino de Dios, y en el mismo tiempo los seguidores de Jesús y mensajeros del Reino encontrarán oposición y persecución que pueden amenazar su vida física, pero no podrán impedir su fiel perseverancia en la construcción del Reino y el acceso a la plenitud de la vida.


Jesús compara este proceso con “los días que precedieron al diluvio”, “en tiempos de Noé”. La gente estaba totalmente dedicada a sus intereses de cada día: “comía, bebía y se casaba”. No tenía la percepción de una dimensión diferente de la vida: “no sospechaban nada”; no había la conciencia de que no bastaba con comer, beber y casarse. Más allá de la inmensa catástrofe del diluvio, ya habían elegido la muerte, en una vida vacía y sin sentido. El diluvio es sólo el símbolo poderoso de esa tragedia humana: “llegó el diluvio y los arrastró a todos”.
En cambio, en ese mismo tiempo había alguien que había madurado una conciencia diferente. El arca en que entró Noé es su opción por un mundo nuevo, el mundo de la vida y de la esperanza, de la solidaridad con toda la creación.


El recuerdo de los tiempos de Noé, le permite a Jesús proyectar el futuro. Habrá siempre en la sociedad, quien vive con la misma superficialidad que la gente contemporánea de Noé, esencialmente preocupado de sus problemas individuales y sus negocios, conformándose con “comer, beber y casarse”. Pero a su lado surgirá siempre alguien que se siente llamado a una dimensión de vida más profunda y humanizadora: “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada”. Dos hombres, dos mujeres, en las mismas condiciones, con la misma oportunidad: “en el campo”, “moliendo”. Pero las reacciones son diferentes: uno se abre al proyecto del Reino, y el otro no.


El que no se abre a este horizonte más amplio y profundo, seguirá “en el campo”, o “moliendo”, satisfecho de su pequeño mundo, prisionero de la repetición, replegado en sí mismo, insensible a la vida de los demás y ciego frente al sufrimiento del mundo. Aunque consiga éxitos sociales o religiosos, nunca descubrirá cuán insignificante y vacía es su vida.


En cambio, el que se abre al mensaje del Reino, va madurando una conciencia de que la vida no es sólo para “comer, beber y casarse”, sino para construir con entusiasmo un mundo feliz, de hermanos, en justicia y equidad, sin violencia y en armonía con la creación entera.


Por eso la exhortación de Jesús: “Estén prevenidos”: abran los ojos, tomen conciencia de la realidad, no achiquen su alma y su corazón.


Las diferentes visiones de la vida entrarán inevitablemente en conflicto. Vendrán también para el discípulo tiempos difíciles, como para Jesús: la hora del rechazo, de la persecución y de la muerte, “la hora menos pensada”, de “la venida” del Hijo del hombre. Jesús invita a la vigilancia con el ejemplo del que cuida en la noche su casa contra el ladrón: “Si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa”. Jesús no quiere compararse con un ladrón, por supuesto, sino comparar la vigilancia del que defiende sus bienes, con la vigilante conciencia que debe tener el discípulo: “Ustedes también estén preparados”.